Situémonos en los años 40; esa
década es recordada por todos los españoles como la más amarga y penosa de la primera mitad del siglo XX. Aunque la guerra civil ha finalizado, en España y
en Asturias no se vive en paz. Con la guerra se rompen todos los valores
cívicos y éticos más elementales. Podemos afirmar, que existe una raya
divisoria entre los vencedores y los vencidos. El odio entre los unos y los
otros ha alcanzado cuotas tan altas, que la palabra perdón ha desaparecido del lenguaje
cotidiano. Abuso de autoridad, humillación del subordinado, salario miserable,
jornada laboral agotadora… son los condimentos que más mella hacen en la clase
trabajadora.
En el campo educativo las
consecuencias de la guerra fueron irreparables; el cuerpo de maestros, sobre
todo en la enseñanza primaria, ha sido meticulosamente purgado por el nuevo
régimen y las aulas están presididas por los retratos de Franco y José Antonio
Primo de Rivera. Las penurias de la guerra afectan a la mayoría de la
población, sobre todo a los niños. Estos acuden a la escuela no sólo con hambre
en sus estómagos, sino también con sus cabezas rapadas y semidescalzos.
Para intentar paliar esta
situación de desesperanza colectiva, el Estado ha tomado medidas ineficaces
tales como la politización y la distribución de alimentos por medio de las
cartillas de racionamiento. Estas políticas no sólo acentúan la pobreza sino
que también promueven la aparición de la típica picaresca española y el
consiguiente florecimiento del negocio del estraperlo, dominado, cómo no, por
gente desaprensiva y sin escrúpulos.
En Asturias el hambre provoca
que los jóvenes busquen el sustento por los pueblos y aldeas de la región, e
incluso se aventuren a marcharse más allá del Pajares, yendo los más
afortunados a hacer las Américas, tal y como hicieron sus ancestros, y los
menos afortunados, de jornaleros por el resto de La Península Ibérica
a cambio de unas condiciones y salarios de miseria.
El descontento es palpable en
la ciudadanía; el control policial y la represión son severos. Quizá por ello,
o quizá como política del Régimen, el pueblo llano disfruta de los espectáculos
tradicionales como las ferias taurinas o de los acontecimientos deportivos, que
ganan, cada día, más adeptos. Surgen nuevos héroes nacionales como Bienvenida o
Manolete y nuevos ídolos locales como Herrerín, Emilín, Pena o
Luisín.
El auge de los espectáculos
taurinos y deportivos no acalla, sin embargo, el espíritu rebelde presente en
los asturianos. Existen conatos de rebeldía, principalmente protagonizados por
mujeres, durante estos años austeros de miseria y de silencio. No obstante, la
respuesta y el apoyo social son muy débiles. La dictadura ejerce un demagógico
paternalismo sobre la población, y ésta, temerosa de las represalias y hastiada
de años de lucha en balde, la acepta.
En esta década tenebrosa,
cabría destacar dos hechos positivos; el primero fue importante en el terreno
religioso y fue el traslado de La
Cruz de La
Victoria a la catedral de Oviedo. El segundo no sólo fue
determinante en el terreno práctico, sino que también se integró como parte
fundamental del pueblo de Gijón, y no fue otra, que la llegada de los Hermanos
de San Juan de Dios a la villa marinera, fundando El Sanatorio Marítimo.
Gerardo Alonso Matías.
Animo MATIAS! El capitulo 1 nos deja en vilo... Arrancate a contar del Maritimo.
ResponderEliminarUn buen aperitivo Gerardo. Nos dejas con ganas de más. Esperamos tus próximos post!
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