viernes, 11 de julio de 2014

¡¡ Qué tiempos aquellos!!



Situémonos en los años 40; esa década es recordada por todos los españoles como la más amarga y penosa de la primera mitad del siglo XX. Aunque la guerra civil ha finalizado, en España y en Asturias no se vive en paz. Con la guerra se rompen todos los valores cívicos y éticos más elementales. Podemos afirmar, que existe una raya divisoria entre los vencedores y los vencidos. El odio entre los unos y los otros ha alcanzado cuotas tan altas, que la palabra perdón ha desaparecido del lenguaje cotidiano. Abuso de autoridad, humillación del subordinado, salario miserable, jornada laboral agotadora… son los condimentos que más mella hacen en la clase trabajadora.

En el campo educativo las consecuencias de la guerra fueron irreparables; el cuerpo de maestros, sobre todo en la enseñanza primaria, ha sido meticulosamente purgado por el nuevo régimen y las aulas están presididas por los retratos de Franco y José Antonio Primo de Rivera. Las penurias de la guerra afectan a la mayoría de la población, sobre todo a los niños. Estos acuden a la escuela no sólo con hambre en sus estómagos, sino también con sus cabezas rapadas y semidescalzos.
Para intentar paliar esta situación de desesperanza colectiva, el Estado ha tomado medidas ineficaces tales como la politización y la distribución de alimentos por medio de las cartillas de racionamiento. Estas políticas no sólo acentúan la pobreza sino que también promueven la aparición de la típica picaresca española y el consiguiente florecimiento del negocio del estraperlo, dominado, cómo no, por gente desaprensiva y sin escrúpulos.
En Asturias el hambre provoca que los jóvenes busquen el sustento por los pueblos y aldeas de la región, e incluso se aventuren a marcharse más allá del Pajares, yendo los más afortunados a hacer las Américas, tal y como hicieron sus ancestros, y los menos afortunados, de jornaleros por el resto de La Península Ibérica a cambio de unas condiciones y salarios de miseria. 
El descontento es palpable en la ciudadanía; el control policial y la represión son severos. Quizá por ello, o quizá como política del Régimen, el pueblo llano disfruta de los espectáculos tradicionales como las ferias taurinas o de los acontecimientos deportivos, que ganan, cada día, más adeptos. Surgen nuevos héroes nacionales como Bienvenida o Manolete y nuevos ídolos locales como Herrerín,  Emilín,  Pena o  Luisín.
El auge de los espectáculos taurinos y deportivos no acalla, sin embargo, el espíritu rebelde presente en los asturianos. Existen conatos de rebeldía, principalmente protagonizados por mujeres, durante estos años austeros de miseria y de silencio. No obstante, la respuesta y el apoyo social son muy débiles. La dictadura ejerce un demagógico paternalismo sobre la población, y ésta, temerosa de las represalias y hastiada de años de lucha en balde, la acepta.
En esta década tenebrosa, cabría destacar dos hechos positivos; el primero fue importante en el terreno religioso y fue el traslado de La Cruz de La Victoria a la catedral de Oviedo. El segundo no sólo fue determinante en el terreno práctico, sino que también se integró como parte fundamental del pueblo de Gijón, y no fue otra, que la llegada de los Hermanos de San Juan de Dios a la villa marinera, fundando El Sanatorio Marítimo.


Gerardo Alonso Matías.



2 comentarios:

  1. Sofocao sin remedio.14 de julio de 2014, 7:55

    Animo MATIAS! El capitulo 1 nos deja en vilo... Arrancate a contar del Maritimo.

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  2. Un buen aperitivo Gerardo. Nos dejas con ganas de más. Esperamos tus próximos post!

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